CARTA DE SAIF
Escribir una columna nunca es un acto mecánico. El mundo late, se acelera, se contradice. La actualidad caduca a la velocidad con la que pasamos de página en un periódico o deslizamos el dedo por la pantalla. Una noticia sustituye a otra antes de que la conciencia pueda retenerla. Pero hay temas que no se evaporan con el viento del día. Temas que vuelven, que persisten, que pesan. Y uno de esa pesa sobre nuestra ciudad desde hace demasiados años.
Hace siete años escribí un artículo titulado “Palma amiga de los animales”. En aquel texto recordaba que nuestra ciudad fue declarada oficialmente “Ciudad Amiga de los Animales” en 2015, y que desde 2003 un reglamento municipal regulaba el uso de las galeras. Pero la letra fría del papel nunca logró calentar la realidad de nuestras calles. Escribí entonces que la teoría seguía estando por encima del trato digno hacia un ser vivo; que mientras Europa avanzaba hacia modelos más éticos —bicicletas eléctricas con carruaje, automóviles eléctricos de época— nosotros seguíamos anclados en una postal del pasado, incapaces de derribarla, aunque estuviera construida sobre sufrimiento.
Caballos exhaustos bajo el sol implacable, cuerpos tensos tirando de una carga que no eligieron, miradas vacías que se han convertido en un entretenimiento barato para algunos y en un espectáculo turístico para otros. Y yo, como tantos, fui testigo silencioso. Quizá incluso cómplice. Dejé de escribir sobre ello, porque escribir duele cuando sabes que la ciudad mira hacia otro lado.
Pero a veces la vida te interpela con una claridad que no admite evasivas. La semana pasada, mientras viajaba, recibí una carta. No venía de una institución, ni de un colectivo, ni de un experto. Venía de un niño de 10 años. Venía de mi hijo. Y su voz, tan limpia, tan directa, tan honesta, derribó la coraza de indiferencia que los adultos aprendemos a construir.
Transcribo sus palabras porque ninguna editorial, ninguna denuncia, ninguna metáfora podría superar la verdad que contienen: «Querido Parlamento.
Os comunico que el tema de los caballos y las carrozas no me está gustando nada. Creo que os lo estáis tomando como un juego y que no os importe para nada. Pero yo, Saif Ouadrassi Campos, me importa muchísimo porque imagínate que tú eres uno de esos pobres caballos y tienes que tirar de esa pesada carroza por 5 minutos. ¿Te gustaría tirar? Pues me imagino que no. Pues para esta solución podemos colaborar para hacer esta capital mucho mejor. Firma de Saif Ouadrassi, de 10 años.»
Lo que un niño de diez años entiende con una simple pregunta ¿te gustaría ser ese caballo? muchos adultos parecen incapaces de verlo, aunque lo tengan delante cada día.
Y yo, entre ambos mundos, solo puedo reconocer que la carta de Saif no es solo un reproche, sino un recordatorio. Nos recuerda que el progreso no se mide por las ruedas que giran, sino por el dolor que evitamos. Nos recuerda que la verdadera modernidad no consiste en construir más, sino en dañar menos. Nos recuerda que una ciudad que ignora el sufrimiento de los más vulnerables —sea humano o animal— termina perdiendo parte de su propia alma.
Porque cuando la voz de un niño rompe el silencio, lo único decente que puede hacer un adulto es escuchar. Y actuar.


