Hay ciudades que se limitan a vivir del rumor de sus muros, del peso de su pasado, del eco de sus piedras. Y hay otras —las menos— que entienden que la cultura no es un adorno, sino un latido. Palma quiere situarse en este segundo lugar. Palma quiere moverse. “La Mediterrània in Motion”: así ha decidido llamarlo, con la convicción de que el Mediterráneo no es un mar quieto, sino un espejo en constante agitación donde confluyen culturas, esperanzas y heridas.
El proyecto con el que Palma se postula a Capital Europea de la Cultura 2031 no habla de grandes gestos vacíos. Habla de accesibilidad y de inclusión. Habla de abrir las puertas de la ciudad para que nadie quede fuera, para que la cultura deje de ser un privilegio de pocos y se convierta en una respiración compartida. Se trata de dar voz a los invisibles, de garantizar un acceso equitativo a la cultura y de ensayar nuevas formas de participación ciudadana. Y todo esto no es un eslogan: es un llamado a transformar el modelo de ciudad.
La Unión Europea concede cada año este título a una o dos ciudades. El año 2031 será el turno de España y Malta. Y Palma sabe que no está sola en esta carrera: Granada, Toledo entre otras ciudades han levantado la mano. Todas tienen méritos. Todas tienen historia. Pero Palma tiene algo distinto: una geografía que es destino y metáfora al mismo tiempo.
Ser Capital Europea de la Cultura no es un trofeo, es un contrato con el futuro. La ciudad elegida recibirá el Premio Melina Mercouri, un nombre que no es casual. Aquella actriz y política griega, europeísta convencida, dijo una vez: “tengo raíces; soy terriblemente sensible a todo lo griego, a cada color, a cada olor, al mar y a cada canción”. Palma, en su candidatura, parece responderle: “Nosotros también sentimos así el Mediterráneo: cada ola, cada aroma, cada piedra es identidad, es memoria, es raíz”.
Hoy, más que nunca, Palma necesita transformarse desde dentro. Sus residentes reclaman una capital viva, capaz de reunir lo mejor de su oferta cultural, gastronómica, patrimonial, deportiva, innovadora y natural. Una ciudad que no sea museo estático, sino escenario abierto. Una ciudad que invite, que sume, que seduzca, que respire.
Y porque la cultura también se canta, no puedo dejar de evocar a Jaime Anglada, nuestro palmesano por bandera, que nos recordó con su canción Palma que siempre caminamos hacia ella. Desde aquí, un deseo de pronta recuperación para volver a escuchar esa voz que convierte en melodía lo que muchos sentimos en silencio.
La Fundación Euroafrica se une al apoyo a Palma en su camino hacia 2031. Lo hacemos por convicción, por raíces compartidas entre Europa y África, pero sobre todo lo hacemos por algo más sencillo y más grande: por sentido común. Porque una ciudad que abre sus puertas a la diversidad, que apuesta por la inclusión y que hace de la cultura un puente y no una frontera, merece ser faro.
El Mediterráneo seguirá en movimiento. Palma también. Y quizá, en 2031, la historia decida que ambas corrientes se confunden en un mismo mar: el mar de la cultura europea, sin barreras, sin exclusiones, sin silencios.