Torre Pacheco – Torre Babel

Me siento obligado a decir unas palabras sobre el modelo de convivencia que está a punto de estallar… o de transformarse radicalmente… en España.

Durante los últimos cincuenta años, este país fue —no tengamos miedo de decirlo con orgullo— la envidia de Europa. La admiración del resto del mundo. Un modelo de convivencia que no se improvisó, sino que se construyó con los escombros de una dictadura, con el dolor de generaciones partidas por la guerra, con el esfuerzo humilde de millones de hombres y mujeres que eligieron —una y otra vez— el camino del respeto, del diálogo, de la multiculturalidad y la diversidad.

España, ese rincón de Europa que supo abrir sus brazos al mundo y decir: aquí cabemos todos.

Pero algo se resquebraja. Lo que ha sucedido en Torre Pacheco estos últimos días no es nuevo. Ya sucedió en El Ejido años atrás. Distintos lugares, mismos fantasmas. En cada caso, hubo un fogonazo de tensión, un chispazo que pudo haberlo incendiado todo. Y, sin embargo, entonces —a diferencia de ahora— la respuesta institucional y ciudadana fue firme, unánime, clara: condena a los provocadores, apoyo a las víctimas, y la convicción de que una espina no puede arruinar el jardín.

Hoy no lo tengo tan claro.

Hoy, ese jardín parece estar lleno de zarzas. Y lo que antes se resolvía con unidad, hoy se convierte en campo de batalla de trincheras digitales, de discursos políticos vacíos, de redes sociales encendidas por algoritmos que no entienden de verdad, ni de historia, ni de empatía.

Y entonces pienso en Babel.

La palabra Babel proviene del verbo hebreo baibál, que significa “confundir”. Y esa fue la maldición bíblica: que los pueblos ya no pudieran entenderse. Según la tradición, fue una torre erigida para alcanzar el cielo, construida por muchos pueblos, muchas lenguas. Y por eso, por querer tocar el cielo —por soberbia—, se desató el castigo: el caos, la desunión, la caída.

Pero tal vez no fue un castigo divino. Tal vez fue una advertencia que no supimos leer a tiempo.

Porque Babel también existe aquí. Y su símbolo se parece demasiado al que estamos viendo. Una convivencia construida por personas llegadas de todo el Mediterráneo, del África subsahariana, de América Latina, de Oriente Medio. Todos, juntos, levantando una torre que llamamos España diversa.

La historia nos cuenta que en 1913 un arqueólogo llamado Robert Koldewey encontró en Irak los restos de una torre de adobe y ladrillo, con una base cuadrada de más de 90 metros. En una tablilla examinada por el profesor Andrew George hace solo unos años, se menciona la inscripción: «Torre del templo de Babilonia.»
Según la investigación, pueblos de todos los rincones del mundo conocido participaron en su construcción.

¿Te suena?

Es la historia que también hemos vivido aquí.

Una torre levantada con trabajo, esperanza, esfuerzo y mezcla. Una Babel que en lugar de dividirnos, nos había unido. Hasta ahora.

Porque lo que ha estallado en Torre Pacheco no es un conflicto puntual. Es un síntoma. Es el eco de una torre que cruje. Y lo que más me inquieta no es el ruido del colapso, sino el silencio de los que deberían sostenerla.

Las generaciones más jóvenes, los llamados Alfa y Zeta, han crecido en un mundo sin contacto, sin memoria viva del pasado, con referentes que no hablan desde la sabiduría sino desde la viralidad. Han sido educados —en gran parte— por algoritmos programados desde Silicon Valley, China o Rusia, y no sabemos qué valores llevan impresos. Sus profesores ya no son personas: son pantallas.

Y mientras tanto, nuestros representantes públicos —no todos, pero muchos— viven encerrados en sus propios juegos de poder, en discusiones estériles, como niños en un patio de colegio. Se preocupan más por mantener su silla que por preguntarse qué país le están dejando a sus nietos.

Y, sin embargo, hubo otra generación. Nuestros padres. Nuestros abuelos. Gente que vivió las guerras de verdad. Que pasó hambre. Que cruzó el mar sin billete de vuelta. Que conoció el exilio, la cárcel, el dolor. Que supo lo que significaba reconstruir un país desde la nada, y aún así sonreír.

Hoy, ese legado se está evaporando entre generaciones.

Y la chispa de Torre Pacheco es, también, un pequeño terremoto que afecta a esa torre frágil pero sagrada de la convivencia. Una convivencia que entre todos —y repito, entre todos— habíamos logrado construir.

Hoy hace exactamente 56 años, un 7 de julio como este, John Lennon lanzó al mundo un canto desesperado:
«All we are saying is give peace a chance.»
“Todo lo que estamos diciendo es: dale una oportunidad a la paz.”

Yo escribo esta columna con la esperanza de que alguien —algoritmo mediante— la lea. Que llegue a algún joven de la generación Alfa, o de la Zeta, o de cualquier otra letra que aún esté por inventarse.

Y que entienda que el mensaje es uno solo. Simple. Humano. Urgente:

Por favor, vamos a convivir en paz.

Abderrahim Ouadrassi
Abderrahim Ouadrassi

CEO y fundador de la cadena SAIFHOTELS, que lleva la gestión de varios hoteles en Marruecos, y de la inmobiliaria RELASTATIA. Ha ejercido de colaborador semanal en el periódico balear Última Hora, sobre temas de internacionalización y actualidad económica. Actualmente es el presidente de la FUNDACIÓN EUROAFRICA, que busca integrar y facilitar los vínculos comerciales, culturales e institucionales entre los dos continentes.

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