Tal como adelanté en mi última columna sobre la importancia del canal Estambul ,esta semana se está jugando un capítulo de tensión y resistencia. Turquía, Rusia y Ucrania, atrapadas en un escenario geopolítico que define el equilibrio de fuerzas de nuestro tiempo. Hoy, el destino de estos países está entrelazado en una red de decisiones que pueden inclinar la balanza de la historia. El pasado miércoles, el arresto de Ekrem Imamoglu, el popular alcalde de Estambul y principal opositor de Erdogan, encendió la chispa de un levantamiento ciudadano de proporciones inesperadas. Como si el fantasma de las protestas de Gezi en 2013 hubiera despertado, las calles de Estambul se inundaron de manifestantes, desafiando la autoridad con una furia reprimida durante años. Las voces clamaban justicia mientras la ciudad era testigo de una batalla entre la democracia y el autoritarismo. El gobierno de Erdogan respondió con puño de hierro: prohibición de manifestaciones, restricción de redes sociales y una campaña mediática para demonizar a la oposición. Pero la resistencia no se apagó. Estambul, con su posición geográfica única entre Oriente y Occidente, se convirtió nuevamente en el epicentro de una lucha que trasciende sus fronteras. Esta semana, en paralelo a las protestas en Estambul, se reanudaron las negociaciones entre Rusia y Ucrania para garantizar la seguridad en esta arteria vital de comercio y geoestrategia. No es casualidad. La estabilidad del Mar Negro es una pieza clave en el ajedrez geopolítico, donde cada movimiento es calculado con precisión quirúrgica. Para Rusia, el control del Mar Negro es una cuestión de supervivencia imperial. Desde la anexión de Crimea en 2014, Moscú ha reforzado su presencia militar en la región.La invasión de Ucrania no solo ha sido un conflicto territorial, sino una declaración de intenciones: Rusia no está dispuesta a ceder su influencia en esta región estratégica. Ucrania, por su parte, lucha por mantener su acceso al mar, clave para su economía y su soberanía. Sin el control del Mar Negro, Kiev se enfrenta a una asfixia geopolítica que limitaría sus posibilidades de independencia real. En este contexto, las negociaciones entre ambas naciones son más que una batalla militar en un conflicto que es sobre la posición geoestratégica. Turquía, con su dominio sobre los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, juega un papel crucial en esta disputa. Erdogan lo sabe y ha intentado utilizar esta posición como moneda de cambio en su política exterior. El proyecto del nuevo Canal de Estambul, diseñado para reducir la dependencia del Bósforo, no es solo una obra de ingeniería, sino un movimiento estratégico para consolidar su control sobre el tráfico marítimo del Mar Negro. Pero la detención de Imamoglu y el estallido de protestas han debilitado su imagen dentro y fuera del país. La creciente presión interna podría obligarlo a endurecer su postura internacional, usando el Mar Negro como un escenario donde reafirmar su autoridad. Las opciones son peligrosas: ceder ante Occidente y perder el favor de Moscú, o alinearse con Rusia y arriesgar el apoyo de la OTAN. Las calles de Estambul arden con la indignación de una sociedad que desafía a su líder. En el Mar Negro, las negociaciones intentan poner un freno a una guerra que amenaza con extenderse más allá de sus fronteras. Mientras tanto, el mundo observa.